jueves, 30 de noviembre de 2017


ADVIENTO

PREPAREMOS EL CAMINO






RETIRO DE COMUNIDADES NEO-CATECUMENALES



Son varias las Comunidades Neocatecumenales de Pamplona que eligen nuestra casa para hacer oración, compartir y descansar, ¿por que no?. A todas ellas las acogemos con inmenso cariño, valorando en ellas el valor de la oración, la liturgia y la familia y les agradecemos que elijan nuestra casa para estas convivencias.

sábado, 4 de noviembre de 2017

SEMINARIO DE VIDA EN EL ESPÍRITU
ARTIEDA 3 AL 5 DE NOVIEMBRE

Una vez mas, el grupo de Renovación Carismática de Pamplona, se ha reunido en nuestra Casa de Espiritualidad para rezar, y disfrutar de la compañía, del entorno y la paz que se respira en este pequeño rincón de Navarra, en este Otoño esplendoroso, con tal variedad de colores que merece la pena contemplar y disfrutar.
Preside su reunión un bello Icono que se han dignado prestarnos para su difusión así como la explicación del mismo. 

Explicación del Icono  Pentecostes  P. Rupnik
"¡Despierta, viento del norte, ven, viento del sur! ¡Soplen sobre mi jardín para que exhale su perfume! ¡Que mi amado entre en su jardín y saboree sus frutos deliciosos!" (Cantar de los cantares 4,16)

La escena central es Pentecostés, donde queremos enfatizar la irrupción del Espiritu Santo, "un estruendo como de viento que se abate fuerte" (Hch 2,2). Los apóstoles están a ambos lados de Maria de Nazaret, Madre de Dios y Madre de la iglesia, . La Virgen Madre está en actitud orante con las manos alzadas al cielo. Los apóstoles entorno a ella la miran e imitan su actitud. El Espíritu de Amor desciende sobre ellos en forma de lenguas de fuego, tienen vestiduras de diferentes colores para expresar el pluralismo de la fe, pero están unidos bajo el único color del "manto" de Maria para expresar la unidad de la iglesia
Otro aspecto a resaltar acerca del "manto" y que se ha desarrollado mucho en Occidente en la Edad Media y tiene sus orígenes en un gran festival oriental de Nuestra Señora, la Madre de Pokrov, es decir, "de la protección de la Iglesia". El desarrollo occidental de este misterio de la Iglesia es una iconografía que destaca el manto de la Virgen, que, como un cielo, encierra a toda la humanidad. Una de las imágenes más elocuentes aún se conserva en Ptujska Gora (Eslovenia), donde la Virgen con su manto recoge a la humanidad en todas sus diferencias

En Pentecostés, contemplamos al Espíritu Santo que baja sobre la Madre de Dios y la Iglesia. El Espíritu Santo comunica la vida de Dios. La vida de Dios es, en efecto, el amor de Dios Padre, que es principio de la comunión de la Santísima Trinidad. Por eso, al derramar en nuestros corazones el amor del Padre, realiza el principio de la Iglesia, de la comunidad. El Espíritu Santo vivifica porque, de hecho, hace posible la relación con Dios. Más aún, orando en nosotros incesantemente «Abbá», nos hace hijos adoptivos. Y no sólo eso, sino que, por la obra del Espíritu Santo, María de Nazaret se convierte en la Madre de Dios y da a luz al Hijo de Dios.


Los huesos secos.
La escena se inspira en el pasaje de la visión del valle de los huesos del profeta Ezequiel (cf. Ez 37, 1-14). Toda la tierra está sembrada de huesos. Hay huesos por todas partes, en muchas cuevas, porque nosotros los hombres, de generación en generación, continuamos empujándonos a las cuevas. Siempre hay algo más importante que el hombre que se tiene delante y que hace que le empujemos a la muerte. Pero, cuánto más fuerte es la muerte, tanto más fuerte es Jesucristo. Por lo tanto, si queremos mostrar la fuerza, la luz y la gloria del amor de Jesucristo, también tenemos que mostrar la fuerza del mal. De lo contrario, se trata de un cuento. El cristianismo es una intervención en la realidad, no en la fantasía. 

En este valle, el Espíritu sopla y los huesos viven de nuevo. Así que basta con los huesos, basta con las listas de muertos, de asesinados. Debemos mostrar cómo la fe ve estos huesos, cómo la Palabra de Dios los ilumina. Cuando sopla este viento -el Espíritu- todos estos huesos vuelven a vivir, se revisten. Hablando teológicamente, sabemos que el Espíritu Santo es el Señor que da la vida, es el Señor que trajo al Verbo a la vida, que formó la vida según la imagen del Verbo, que encarnó a Jesucristo en la Virgen María. Por eso, este Espíritu no es una energía abstracta, sino un Rostro. Por eso, el Espíritu Santo ha concentrado el amor de Dios sobre este rostro, que es inmensamente bueno. 

Cristo viene, baja y da su mano a los muertos. Cuando extiende la mano, ellos reviven. Tarde o temprano todos nos encontramos en el pecado y en la desolación, o porque nosotros mismos hemos pecado, o porque alguien ha cometido un pecado contra nosotros... Tarde o temprano, todos sentimos este peso de las tinieblas. El Señor viene a nosotros y nos da la mano para sacarnos

Los peces

La pesca ya en los primeros tiempos de la Iglesia era símbolo del bautismo. El mar, a partir de los textos bíblicos, representaba el mundo oscuro, habitado por el mal, por las pasiones, por la agitación. Permanecer dentro de él, significaba ser devorados por los monstruos y por las oscuridades profundas e inquietantes. Ser pescados significaba ser salvados, aunque según una lógica inmediata el pez sólo vive si está en el agua. Pero pescados significa ser salvados del mal y de los monstruos, morir y renacer a una nueva vida, una vida de una cualidad nueva incorruptible a la oscuridad y el mal. Los apóstoles pescan para salvar a los hombres del mal y hacerles renacer en la Iglesia, en la comunión de la vida eterna.
El rito siro-occidental del bautismo tiene esta oración en la pila bautismal: «Que tu Espíritu Santo descienda y habite en esta agua, la santifique y la haga semejante al agua que salió del costado de tu Hijo unigénito en la cruz». 

La lanza que atraviesa el costado de Cristo quita así la espada del querubín que guardaba el paraíso, y podemos volver, bañados por el agua que brota del costado. Pero si el bautismo es un regreso al paraíso, este paraíso no es sólo el paraíso primordial del Génesis, es también el paraíso escatológico del reino. El bautismo nos hace entrar en el paraíso escatológico y nos hace poseer las «arras» del reino; realizar ya en la tierra esta posible entrada en el reino es la meta de la vida cristiana, que se manifiesta como un proceso de continua purificación y santificación que culmina en la divinización del hombre.

“El que es amado por el Padre y sigue las huellas de ese amor vuelve de los abismos de la muerte y del olvido, a la vida y a la memoria perenne del amor infalible e indestructible de Dios” (P. Rupnik)
5 DE NOVIEMBRE FIESTA DE MARÍA RAFOLS



Celebramos hoy el nacimiento de Madre Rafols, hace  236 años, y la recordamos siempre como una joven, con sus compañeras a los pies del Pilar,  con ganas de ayudar a los demás, queriendo transmitir un carisma, que seguramente ella no lo llamaría así, con espíritu de trabajo y sacrificio, siguiendo los dictados de su corazón y viviendo los acontecimientos sociales y políticos de su época, desde su opción de fé
Pero hoy la queremos imaginar como una mujer de nuestro tiempo, con los avatares de hoy, con los problemas de hoy, con las dificultades, cada vez mayores de vivir y transmitir la fe. ¿Cómo se nos manifestaría?
Seguro que con una vida enraizada en Dios y en su Palabra; viviendo y amando;  desde su fe profunda en Dios y en las personas, cerca de los más necesitados; con actitud de acogida, servicial y atenta al otro y todo ello como fruto de un seguimiento de Jesús de Nazaret, sintiéndose segura, sabiendo que El, si se le deja, impulsa la vida del creyente.
Hoy damos gracias a Dios por lo que fue y por lo que nos transmite, por lo que sería hoy y por la capacidad que nos da el Señor de vivir  los valores de caridad y  fraternidad.